El “Estilo Internacional” de pintura gótica alcanzó gran difusión en Valencia durante el cambio de siglo XIV al XV; el arte, la belleza y el lujo no fueron sólo privilegio exclusivo del estamento noble y acaudalado, sino que la nueva burguesía comercial emergente manifestó su voluntad suntuaria a través de diversas formas artísticas acordes al gusto de la época (orfebrería, miniaturas, retablos, tablas de devoción, libros iluminados, pequeños cuadros, etc.) fue un arte cortesano y a la vez burgués. Esta actitud, extensiva a casi todas las capas sociales, favoreció la aceptación y la adopción de las nuevas formas artísticas que triunfaban en Europa y que se conocían como estilo “Gótico Internacional”.
La ciudad de Valencia, tras la crisis de 1380 (malas cosechas continuadas conllevaron subida de precios y consecuencia de ello se dio la emigración de campesinos a la ciudad; los grandes comerciantes retiraron el capital del comercio y la descapitalización produjo el paro artesanado y la ruina de los banqueros que daño a su vez a la hacienda real causando inestabilidad económica, política y comercial) vivió un momento de esplendor constructivo y de desarrollo artístico, este se produjo especialmente en las últimas décadas del s. XIV: En 1386 al mismo tiempo que se construía el Portal de Serranos, el Capítulo Catedralicio impulsó la renovación de la Seu y el rey Juan I fijo residencia en la ciudad y con él la corte y las jerarquías eclesiásticas. En 1394 Don Pedro Martínez de Luna, obispo de Valencia fue nombrado Papa en Aviñón y dos años más tarde, en 1396, tras la muerte del rey Juan, Martín I el Humano, fue nuevo rey, convocando Cortes en Valencia. El nuevo monarca, decidido a impulsar la cultura, las artes y las letras, fundo la Cartuja de Valldecrist, como centro de difusión cultural bajo patronazgo directo de la corona.
Durante los primeros decenios del Cuatrocientos, el sector mercantil de Valencia estuvo conformando un grupo de elevada permeabilidad, ya que la falta de reglas corporativas rígidas, cualquiera, más allá de su origen o de su riqueza, podía denominarse «mercader». Dicho oficio se abrió a gentes procedentes de otros lugares (Castilla, Italia, Alemania) y razas (judíos, mozárabes, conversos, etc.); junto a esta vía de crecimiento también las familias comerciales, o aquellas de posición social o económica afín (como las de notarios, jurista o cambistas, etc.), comenzaron a constituir un estamento oligárquico de patriciado dirigente de ciutadans honrats, cavallers y generosos que demandaban una identificación social a través del arte y la cultura.
Con todo ello Valencia se convirtió en pocos años en una ciudad en expansión, económicamente estable, pero sobre todo, con la voluntad de convertirse en una de las grandes metrópolis de la Corona de Aragón y, por ende del Mediterráneo. El Consell de la ciudad, el cabildo de la Seo, los prohombres de parroquia, las clases medias, el patriciado urbano y el propio rey Martín buscan nuevos referentes artísticos con los que identificarse, y todos desean emplear las artes figurativas como un signo de pujanza, riqueza y distinción social.
Esta situación favoreció que la ciudad se convirtiera en un foco artístico de proyección internacional, donde se realizaban encargos de obras de primer nivel, acorde al gusto de la época; prueba de ello son los numerosos contratos notariales, (conservados y publicados) donde aparecen los nombres y procedencia de los artistas, junto con los detalles de la obra y las condiciones de estas. Fueron artistas locales y foráneos, venidos de Aragón, Cataluña y los Reinos Hispanicos; pero también de Italia, el Imperio y los Países Bajos, los que crearon un estilo particular y peculiar en Valencia entorno a esos años: El “Estilo Gotico Internacional”, que se acomodó aquí con fuerza dada la falta de una tradición pictórica anterior (pasado árabe sin arte cristiano) y por las características singulares de la propia ciudad de Valencia como “Cap i Casal del Regne” en ese momento.
La labor del pintor en Valencia era considerada como la de un artesano más, organizados en corporaciones o gremios y sujetos a una ley común, basada en el beneficio propio y de la ciudad. El taller u “obrador” era el medio de subsistencia propio de estos artesanos, el auténtico centro neurálgico de la vida laboral, formado por el maestro, los oficiales y los aprendices, que se afianzó como lugar de trabajo y aprendizaje de artistas y lugar de encuentro de tendencias e influencias que cristalizaron en el estilo “Internacional”.
Algo característico de la pintura valenciana de esta época es la riqueza y suntuosidad de las obras, a ello contribuía la pujanza comercial de la urbe y su la clientela, que gusta de la abundancia de oro en sus encargos, con predominio de colores y formas propios de la miniatura pero en gran formato. En líneas generales podemos ver en las obras una fusión de tres corrientes estéticas, por un lado la influencia de la escuela miniaturista franco-borgoñona con su brillante colorido, elegancia en los personajes, delicadeza en los modelos, y suntuosidad en tejidos y adornos; por otro lado la corriente germánica con su marcad realismo, de colorido más oscuro, composiciones más dramáticas, con personajes retorcidos y caricaturescos; y una tercera influencia que viene de Italia con los fondos arquitectónicos en perspectiva y paisajísticos con empleo mixto del oro y los tonos pasteles en un contexto de figuras idealizadas.
Dadas sus condiciones, Valencia pronto se convirtió en una de las capitales del Gótico Internacional, con la llegada de artistas foráneos como Marçal de Sax y Gherardo Starninna, que representaron pictóricamente la union de dos mundos distintos. A ellos se unio otro maestro, el autóctono Pere Nicolau, completándose el panorama estetico-artístico inicial con la llegada desde Aragón de Lorenzo Zaragoza. Con ellos se constituyó la Primera Generación, que marcaría las pautas estéticas y las formas a seguir. Tras estos aparecieron Antoni Peris, Gonçal Peris, Miquel Alcanyiç, Jaume Bacó, Joan Reixach, Luis Dalmau, constituyendo la Segunda Generación, con la cual dicho estilo llego a su culmen. Por otro lado también se documentan otros pintores establecidos en Valencia en esta época, como Joan Sarebolleda, Guillem Casas, Francesc Comes, Bernart Vilaur, etc. pero su estilo nada tuvo que ver con el “Gótico Internacional”.
La importancia de la pintura internacional valenciana no sólo residió en la calidad de sus artistas y de sus obras, sino en su capacidad de difusión hacia otros lugares, pudiéndose rastrear en Cataluña, en Murcia, en Castilla, en Mallorca (donde acabo residiendo Miquel Alcanyiç), o en Aragón con Gonçal Peris, etc. Pero a partir de 1425-30 el Estilo Internacional languideció con la aparición de un nuevo gusto estético cercano a lo “flamenco” que ya triunfaba en Europa.
Para conocer mejor este estilo recomendamos visitar el Museo de Bellas Artes de San Pio V de Valencia, que cuenta con una soberbia colección de retablos de este estilo.
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